

Ya sabemos que éste es el sitio de Raúl Eduardo, pero sucede que hay hechos que no son fáciles de dejar pasar. Por eso, después de haber escuchado durante tres días, en los medios, todo un rosario de lugares comunes sobre el Raúl que se fue, y de haber visto los cuervos al lado del cajón dando cuenta de los beneficios que podían sacar del dolor popular, van unos pocas líneas sobre un tipo al que dejaron bastante solo en vida (y aclaro, todo esto escrito a título personal, no involucro a nadie más, ja).
Básicamente, que la política no es - por suerte - un camino hacia la santidad: es barro, rosca, muchos sapos para tragar, mucha mierda en la que hundirse, pero también buenas intenciones y, más que eso, el compromiso y la voluntad de poner el bien del país por sobre el bien personal. Y creo que el viejo encarnaba un poco - todo - eso. Como dijo Cafiero - otro viejo zorro - en el discurso de despedida, Alfonsín representaba la militancia entendida como entrega. No sé si así lo habrá pensado la gente que quiso acompañarlo en su despedida, o si lo hicieron simplemente porque era un "ejemplo de honestidad", "el padre de la democracia", "el hombre del consenso" y toda esa sarta de lugares comunes que se repitieron en los medios. O porque les representaba aquello del pasado que se intentó hacer después del horror y no pudo ser; la esperanza en un tiempo mejor, que nunca llegó a plasmarse.
De cualquier modo, después del "que se vayan todos" y la antipolítica que nos inunda, ese gesto masivo de reivindicar a Alfonsín, implica - consciente o inconscientemente -la misma reivindicación del "hacer política"; que es establecer consensos cuando se piensa que así debe ser, que es operar, que es confrontar con los poderes fácticos que te quieren marcar la cancha - en beneficio propio y cagándose en el pueblo - y, si te les retobás un poquito, buscan hacerte morder el piso. Así lo intentó, en un principio, el viejo Raúl, y así le fue. Pero como decía el hombre, "el único pez que va siempre a favor de la corriente es el pez muerto".
En fin, son varios los puntos sobresalientes del gobierno - y de la vida política - de Alfonsín, y varios más los errores y defecciones, los fracasos. Pero como por ahí me cuesta escribir - o por lo menos nunca estoy satisfecha con lo que escribo -, solo agrego un par de párrafos de una nota muy buena que publicó hoy Sandra Russo en Página 12:
"Y digo por qué creo que Alfonsín fue un gran hombre, un excepcional animal político de los pocos pero deslumbrantes que han tenido los radicales. Alfonsín no fue un manso, sino un hombre que dio la pelea que él consideraba justa, y Alfonsín era un radical. Para serlo, fue mucho más allá de lo que consideraba necesario su propio partido, y el eje de la conciencia política del ex presidente era el poder partidario. En nombre de ese tipo de poder cometió graves errores, pactos en Olivos, que pagó el país. Pero aquella tarde de 1987, la frase completa fue “la casa está en orden, y no hay sangre en la Argentina”.
"La memoria colectiva recortó el final. Pero yo escucho sobre todo ese final. Quizá sea que se murió. La muerte no debe canonizar a nadie, pero es inevitable pasar en limpio, poner en foco. Yo escucho “... y no hay sangre en la Argentina”, porque son palabras importantes. No se puede saber qué habría pasado si las cosas hubieran sido otras, pero algo es completamente cierto: Alfonsín nunca fue un líder revolucionario, y esta sociedad jamás podría haber tenido uno. No estamos llamados a esos cambios bruscos, sino al lento fluir de un sistema que nos evita el derramamiento de sangre. Alfonsín enfrentó aquel terrible dilema de los carapintada atrincherados y la multitud en la Plaza con su confeso y nítido punto de vista radical. Optó por asegurarse la continuidad de un sistema que ahora se encarga de esos juicios. Sería justo que de ahora en adelante recordáramos, al menos, la frase completa."
La nota completa, acá: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-122629-2009-04-04.html)
Básicamente, que la política no es - por suerte - un camino hacia la santidad: es barro, rosca, muchos sapos para tragar, mucha mierda en la que hundirse, pero también buenas intenciones y, más que eso, el compromiso y la voluntad de poner el bien del país por sobre el bien personal. Y creo que el viejo encarnaba un poco - todo - eso. Como dijo Cafiero - otro viejo zorro - en el discurso de despedida, Alfonsín representaba la militancia entendida como entrega. No sé si así lo habrá pensado la gente que quiso acompañarlo en su despedida, o si lo hicieron simplemente porque era un "ejemplo de honestidad", "el padre de la democracia", "el hombre del consenso" y toda esa sarta de lugares comunes que se repitieron en los medios. O porque les representaba aquello del pasado que se intentó hacer después del horror y no pudo ser; la esperanza en un tiempo mejor, que nunca llegó a plasmarse.
De cualquier modo, después del "que se vayan todos" y la antipolítica que nos inunda, ese gesto masivo de reivindicar a Alfonsín, implica - consciente o inconscientemente -la misma reivindicación del "hacer política"; que es establecer consensos cuando se piensa que así debe ser, que es operar, que es confrontar con los poderes fácticos que te quieren marcar la cancha - en beneficio propio y cagándose en el pueblo - y, si te les retobás un poquito, buscan hacerte morder el piso. Así lo intentó, en un principio, el viejo Raúl, y así le fue. Pero como decía el hombre, "el único pez que va siempre a favor de la corriente es el pez muerto".
En fin, son varios los puntos sobresalientes del gobierno - y de la vida política - de Alfonsín, y varios más los errores y defecciones, los fracasos. Pero como por ahí me cuesta escribir - o por lo menos nunca estoy satisfecha con lo que escribo -, solo agrego un par de párrafos de una nota muy buena que publicó hoy Sandra Russo en Página 12:
"Y digo por qué creo que Alfonsín fue un gran hombre, un excepcional animal político de los pocos pero deslumbrantes que han tenido los radicales. Alfonsín no fue un manso, sino un hombre que dio la pelea que él consideraba justa, y Alfonsín era un radical. Para serlo, fue mucho más allá de lo que consideraba necesario su propio partido, y el eje de la conciencia política del ex presidente era el poder partidario. En nombre de ese tipo de poder cometió graves errores, pactos en Olivos, que pagó el país. Pero aquella tarde de 1987, la frase completa fue “la casa está en orden, y no hay sangre en la Argentina”.
"La memoria colectiva recortó el final. Pero yo escucho sobre todo ese final. Quizá sea que se murió. La muerte no debe canonizar a nadie, pero es inevitable pasar en limpio, poner en foco. Yo escucho “... y no hay sangre en la Argentina”, porque son palabras importantes. No se puede saber qué habría pasado si las cosas hubieran sido otras, pero algo es completamente cierto: Alfonsín nunca fue un líder revolucionario, y esta sociedad jamás podría haber tenido uno. No estamos llamados a esos cambios bruscos, sino al lento fluir de un sistema que nos evita el derramamiento de sangre. Alfonsín enfrentó aquel terrible dilema de los carapintada atrincherados y la multitud en la Plaza con su confeso y nítido punto de vista radical. Optó por asegurarse la continuidad de un sistema que ahora se encarga de esos juicios. Sería justo que de ahora en adelante recordáramos, al menos, la frase completa."
La nota completa, acá: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-122629-2009-04-04.html)

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